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    TRES CORAZONES
    Y TRES LEONES
    Poul Anderson
    Poul Anderson
    Título original: Three hearts and three lions
    Traducciónr: Rafael Lassaletta
    © 1961 by Poul Anderson
    © 1990 Editorial EDAF S. A.
    Jorge Juan 30 - Madrid.
    I.S.B.N.: 84-7640-448-4
    Edición digital de Elfowar
    R5 11/02
    A Roben y Karen Hertz
    AUNQUE ha pasado mucho tiempo, me siento obligado a escribir esto. Holger y yo nos
    conocimos hace algo más de 20 años. Fue en otra generación... otra edad. Los brillantes
    muchachos a quienes entreno ahora son amigables y todo eso, pero no pensamos en la
    misma lengua y de nada sirve pretender lo contrario. No tengo la menor idea de si serán
    capaces de aceptar una historia como ésta. Son mucho más sensatos de lo que lo
    éramos mis amigos y yo; y no parecen divertirse tanto en la vida. Por otra parte, han
    crecido rodeados de lo increíble. Mire cualquier publicación científica, o cualquier
    periódico, mire por la ventana y pregúntese si no es cierto que la extravagancia se ha
    convertido en el modo ordinario del mundo.
    El relato de Holger no me parece totalmente imposible. Tampoco es que afirme que
    sea cierto. No tengo pruebas de una cosa ni de la otra. Mi esperanza es sólo que no se
    pierda completamente. Supongamos, en beneficio de la argumentación, que lo que oí
    fuera cierto. Entonces hay ahí implicaciones para nuestro propio futuro, y tendremos que
    utilizar ese conocimiento. O supongamos, lo que desde luego es mucho más sensato, que
    lo que aquí registro sólo es un sueño, o una historia muy exagerada. Sigo pensando
    entonces que merece la pena conservarla por ella misma.
    Lo cierto es esto: Holger Carlsen vino a trabajar en el otoño del remoto año de 1938
    para el equipo de ingeniería en el que yo estaba empleado. En los meses siguientes
    aprendí a conocerlo muy bien.
    Era danés, y como la mayoría de los escandinavos jóvenes tenía un poderoso deseo
    de ver mundo. De adolescente, había recorrido a pie o en bicicleta la mayor parte de
    Europa. Más tarde, impulsado por la tradicional admiración de sus compatriotas hacia
    Estados Unidos, ganó una beca para una de nuestras universidades del Este, donde fue a
    estudiar ingeniería mecánica. Pasaba los veranos haciendo autoestop y trabajando en
    chapuzas por toda Norteamérica. Le gustaba tanto el país que, después de graduarse,
    obtuvo aquí una posición y pensó seriamente en naturalizarse.
    Nosotros éramos sus únicos amigos. Era un tipo amable, hablaba lentamente, tenía los
    pies sobre el suelo, de gustos simples en su modo de vida y de buen humor; aunque de
    vez en cuando se soltaba e iba a un cierto restaurante danés a atiborrarse desmorrebrvd
    y akvavit*. Como ingeniero, era satisfactorio, aunque no espectacular, pues su talento se
    dirigía más hacia lo práctico que hacia el enfoque analítico. En resumen, mentalmente no
    era en absoluto notable.
    Su constitución física ya era otro asunto. Era un gigante de metro noventa y tan ancho
    de hombros que no aparentaba esa altura. Jugaba al fútbol, desde luego, y podría haber
    figurado en el equipo de su universidad si los estudios no le hubieran quitado tanto
    tiempo. Tenía una cara cuadrada y dura, de pómulos altos, barbilla partida, una nariz
    ligeramente aplastada, cabello amarillo y grandes ojos azules. Podría haber hecho
    estragos entre las féminas del lugar de haber utilizado una técnica mejor, y me estoy
    refiriendo a que se preocupaba demasiado de no herir sus sentimientos. Pero esa ligera
    timidez probablemente le quitó una buena parte de las aventuras que podría haber tenido.
    En suma, Holger era un tipo medio agradable, lo que llamaríamos un buen muchacho.
    Me contó algo sobre sus antecedentes.
    —Lo creas o no —me dijo sonriendo—, fui realmente el niño de los cuentos, ya sabes,
    el envoltorio que dejan en la puerta. Tendría sólo unos días cuando me encontraron en un
    patio de Helsnigor. Es ese sitio al que vosotros llamáis Elsinore, la ciudad natal de
    Hamlet. Nunca conocí mis orígenes. Esas cosas son muy raras en Dinamarca, por lo que
    la policía se esforzó en descubrirlos, pero no lo lograron. Enseguida fui adoptado por la
    familia Carlsen. En otros aspectos, no hay nada inusual en mi vida.
    Eso era lo que él pensaba.
    Recuerdo que una vez lo persuadí para que me acompañara a la conferencia de un
    físico: uno de esos tipos magníficos que sólo Gran Bretaña parece producir; científico,
    filósofo, poeta, crítico social, ingenioso; el retorno del Renacimiento en forma más
    atenuada. Aquel hombre estaba hablando de nueva cosmología. Desde entonces, los
    físicos han adelantado mucho, pero incluso en aquellos días las personas educadas
    solían recordar con cierta nostalgia aquellos tiempos en los que el universo era
    simplemente extraño: no incomprensible. El conferenciante terminó con algunas
    especulaciones sobre lo que podríamos descubrir en el futuro. Si la relatividad y la
    mecánica cuántica han demostrado que el observador es inseparable del mundo que
    observa; si el positivismo lógico había demostrado cuántos de nuestros hechos
    supuestamente sólidos son simples construcciones y convenciones; si los investigadores
    psíquicos han demostrado que la mente del hombre posee facultades insospechadas,
    comienza a parecemos que algunos de esos antiguos mitos y brujerías eran algo más que
    superstición. El hipnotismo y la curación de las condiciones psicosomáticas mediante la fe
    fueron rechazados en otro tiempo como leyenda. ¿Cuántas cosas de las que rechazamos
    hoy pueden estar basadas sobre observaciones fragmentarias, realizadas hace siglos,
    antes de que la existencia misma de un marco de referencia científico comenzara a
    condicionar qué hechos descubriríamos o no descubriríamos? Y ésta es sólo una cuestión
    sobre nuestro propio mundo. ¿Qué podemos decir de los otros universos? La mecánica
    ondulatoria admite ya la posibilidad de un cosmos completo coexistiendo con el nuestro.
    El conferenciante dijo que no sería difícil escribir las ecuaciones de una infinidad de esos
    mundos paralelos. Por necesidades lógicas, las leyes de la naturaleza variarían de uno a
    otro. ¡Por tanto, puede existir realmente, en algún lugar de esa ilimitada realidad, todo lo
    que uno pueda imaginar!
    Holger bostezó durante casi todo el tiempo, y cuando después fuimos a tomar una copa
    hizo algunos comentarios sarcásticos.
    —Estos matemáticos se exprimen demasiado la sesera, no me extraña que cuando no
    están de servicio se metan en metafísica. Reacción igual y opuesta.
    —Has utilizado el término adecuado —le dije en tono de broma—. Aunque no lo
    pretendías.
    —¿A qué te refieres?
    —Metafísica. Literalmente, esa palabra significa después o más allá de la física. En
    otras palabras, cuando termina la física que conoces, esa que mide con instrumentos y
    calcula con la regla, comienza la metafísica. Y ahí es donde estamos ahora, muchacho:
    en el principio del más allá de la física.
    —¡Puagh! —exclamó tras tomarse la bebida de un trago y hacer un gesto para pedir
    otra—. Se te ha pegado esa jerigonza.
    —Bueno, quizá. Pero piénsalo un momento. ¿Conocemos realmente las dimensiones
    de la física? ¿No las definimos simplemente en relación unas con otras? En un sentido
    absoluto, Holger, ¿qué eres? ¿Dónde estás? O más bien, ¿qué-dónde-cuándo eres?
    —Soy yo, aquí y ahora, bebiendo este licor que no es demasiado bueno.
    —Estás en un equilibrio... ¿en sintonía con qué?... ¿en la matriz de qué?... un continuo
    específico. Lo mismo que yo; puede decirse lo mismo de ambos. Ese continuo abarca una
    serie específica de relaciones matemáticas entre dimensiones como el espacio, el tiempo
    y la energía. Algunas de esas relaciones las conocemos con el nombre de «leyes
    naturales». Por tanto, hemos organizado cuerpos de conocimiento a los que damos los
    nombres de física, astronomía, química...
    —¡Y vudú! —exclamó levantando la copa—. Creo que es el momento de que dejes de
    pensar y empieces a beber más en serio. ¡Skaal!
    Lo dejé pasar. Holger no volvió a hablar del tema. Pero debió recordar lo que le dije.
    Quizá incluso le ayudara un poco, mucho después. Me atrevo a pensarlo así.
    Estalló la guerra al otro lado del océano, y Holger comenzó a preocuparse. Conforme
    pasaban los meses, se sentía cada vez más desgraciado. Carecía de convicciones
    políticas profundas, pero descubrió que odiaba a los nazis con un fervor que nos
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