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SOBRE UN
PÁLIDO CABALLO
Encarnaciones de inmortalidad/1
Piers Anthony
Piers Anthony Jacob
Título original de la obra: On a pale horse
Traducción: Antonio Herrera
©
1983 by Piers Anthony Jacob
© 1989 Editorial Acervo. Colección Acervo CF nº 85.
ISBN: 84-7002-399-3
Edición digital: Bizien
Revisión: Umbriel
R6 03/03
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ÍNDICE
COMPRAR UNA PIEDRA
VISITAS EN CASA
OVEJAS Y CABRAS
EL MAGO
LUNA
EL DOMINIO DE LA MUERTE
EL CARNAVAL DE LOS FANTASMAS
LA MADRE VERDE
BUROCRACIA
HUMO CALIENTE
LOS ARGUMENTOS DE SATÁN
TÁCTICA PARADÓJICA
AUNQUE SATÁN OBSTRUYA EL CAMINO
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COMPRAR UNA PIEDRA
—Muerte —dijo el propietario, mostrando la piedra.
Era un rubí rojo brillante, tallado en múltiples facetas, engarzado en un anillo de oro
puro. Pesaba más de un quilate; peso importante para su calidad.
—No la quiero —dijo Zane, a la par que negaba con la cabeza, sintiendo un escalofrío.
El hombre sonrió; una estudiada y practicada expresión, obviamente reservada para las
actitudes indecisas. Iba bien vestido, pero estaba un poco pálido, como aquellos que han
permanecido en la sombra durante mucho tiempo.
—Se equivoca usted. Esta gema no atrae a la muerte sino todo lo contrario.
Zane se tranquilizó un poco.
—Entonces, ¿por qué la llama piedra de la muerte?
De nuevo apareció aquella molesta sombra de condescendencia en el rostro del
propietario, con la que combatía los ignorantes obstáculos del cliente indeciso.
—Ella se limita a avisar al usuario de la proximidad del fin, oscureciéndose. La rapidez
e intensidad del cambio le informa de las circunstancias potenciales de su fallecimiento,
con tiempo suficiente para que lo pueda evitar.
—Pero, ¿no es eso paradójico? —Zane había visto anuncios de semejantes piedras,
por lo general a precios prohibitivos, pero consideró sus afirmaciones como hipérboles
publicitarias—. Una profecía no es válida si...
—No hay paradoja —contestó el propietario con seguridad profesional—. Es sólo una
advertencia adecuada. Difícilmente podría usted obtener mejor servicio, señor. Después
de todo, ¿qué hay más precioso que la vida?
—Eso presupone una vida digna de ser vivida —dijo Zane, en tono amargo.
Era un joven no muy alto, de facciones anodinas, con marcas de acné que ni la
medicación, ni los remedios caseros, ni los encantamientos habían sido capaces de
eliminar por completo. Su pelo tenía un tono castaño que hacia pensar en agua sucia y
estaba bastante descuidado; y sus dientes, contradiciendo a la moda, eran irregulares.
Obviamente se trataba de un tipo depresivo.
—Si se oscurece, se cambia de rumbo y se evita la muerte —continuó
Zane—,
puede
suponerse que el aviso ha sido la salvación. Pero también puede ser un cambio fortuito de
la piedra. Los hechizos del color son baratos y fáciles de obtener. No hay forma de probar
que la profecía sea válida. Por otra parte, si se oscurece y el usuario muere, ¿cómo
puede reclamar? ¿Cómo puede reclamar estando
muerto?
—Se rascó una de las marcas
con gesto distraído—. Si no funciona, ¿cómo se puede recuperar lo pagado?
—¿Usted no lo cree? —preguntó el propietario, frunciendo el entrecejo expertamente.
Prescindiendo del color de su piel, era un hombre bastante bien parecido, en los primeros
años de la madurez, cuyos cabellos estaban hechizados para conservar de forma
permanente sus ondas de color castaño—. Dirijo una tienda respetable. Le aseguro que
todas mis piedras encantadas son auténticas.
—Según el Apocalipsis, la muerte cabalga sobre un pálido caballo —dijo Zane,
complaciéndose en su melancolía, y evidenciando que tenía algunos conocimientos en
aquella materia—. Me pregunto si un objeto inanimado, un coloreado trozo de corindón,
puede frenar al pavoroso jinete con tanta facilidad. Dada la incertidumbre de la situación,
la piedra no es muy útil para su propietario. Sólo puede probarla viendo cómo se
transforma mientras él rehúsa a cambiar de rumbo. Si la profecía es válida, está
condenado; si no lo es, habrá sido objeto de una estafa. Es un juego en que nunca se
gana. He jugado a muchos de ésos.
—Le haré una demostración —dijo el propietario, percibiendo una cierta tendencia
morbosa que podría hacer vulnerable a aquel cliente a una agresiva y adecuada táctica
comercial—. El escepticismo es saludable, señor, y usted es, obviamente, demasiado
inteligente para ser engañado con una mercancía defectuosa. El valor de la piedra puede
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probarse.
Zane se encogió de hombros, con afectada indiferencia.
—¿Una demostración sin compromiso? ¿Puede servir aunque no pague por ella?
El propietario sonrió con más autenticidad, sabiendo que su pez, a pesar de sus
maniobras evasivas, estaba casi a punto de morder el anzuelo. Las personas que
realmente no están interesadas, no se molestan en discutir. Tomó la piedra de la mágica
vitrina de cristal antirrobos y se la ofreció. Zane sonrió irónicamente y aceptó el anillo,
colocándolo en la punta de su pulgar.
—A no ser que haya alguna inmediata y clara amenaza para que la piedra señale...
No acabó la frase, puesto que el anillo inició un cambio. Del rojo brillante pasó a
granate y luego a la opacidad.
La mente de Zane comenzó a entumecerse. La muerte... Estaba relacionada con su
gran pecado. Se miró el brazo izquierdo, sintiendo que la sangre ardía bajo su piel. Vio el
rostro de su madre cuando ella se estaba muriendo. ¿Cómo podría librarse de aquel
recuerdo?
—¡Muerte... dentro de pocas horas, repentina! —dijo el propietario, espantado—. ¡La
piedra está completamente negra! Nunca la he visto cambiar con tanta rapidez.
Zane dejó a un lado su fantasma particular. ¡No, no podía permitirse creer aquello!
—Si he de morir dentro de unas horas, no tengo necesidad de esta piedra.
—¡Cómprela! ¡Usted la necesita, señor! —insistió el propietario—. Con la piedra de la
muerte puede cambiar su destino. Guárdela y tome una nueva dirección; si el color
vuelve, sabrá que es correcta. ¡Puede salvar su vida! Pero tiene que poseer este bello
rubí mágico para que lo guíe.
Para que lo conduzca lejos de la muerte. De lo contrario, es posible que fallezca antes
de que acabe el día. ¡La advertencia es clara!
Zane dudó. La piedra de la muerte era ahora un objeto impresionante. Su apariencia no
contradecía las palabras. Pero él había estado pensando en la muerte mientras sostenía
la piedra, y aquello podía haber producido el cambio de color. Los hechizos medidores de
emoción eran sencillos y baratos, poco dignos del calificativo de mágico. Podría haber
muchas cosas como ésta que proporcionaran falsas lecturas. Aún...
—¿Cuánto vale? —preguntó.
—¿En cuánto valora usted su vida? —preguntó a su vez el propietario, con cierto brillo
predatorio en los ojos.
—Unos dos centavos, si esta piedra está en lo cierto —dijo Zane siniestramente. Su
corazón latía con rapidez.
—Dos centavos... por minuto —dijo el propietario, iniciando su discurso final—. Pero
esta extraordinaria y hermosa piedra está ahora disponible con un descuento del
cincuenta por ciento. Se la venderé
a
un solo centavo por minuto, incluyendo principal,
intereses, servicios y seguro.
—¿Cuánto al mes? —quiso saber Zane, viéndose atrapado.
El propietario sacó una calculadora de su bolsillo y pulsó los botones con destreza.
—Cuatrocientos treinta y dos dólares.
Zane se quedó rígido. Había previsto un alto precio, pero aquél era increíble. Una
familia podría comprar una buena casa por una cantidad semejante.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Sólo quince años, o menos.
—¿O menos?
—En caso de que la gema falle, el seguro pagaría el saldo debido, por supuesto.
—Por supuesto —repitió Zane torciendo la boca en un gesto irónico.
Un fallo significaba muerte, y ésta significaba que el hechizo era impreciso. Planeaba
cobrar el dinero sin tener en consideración la efectividad de la piedra de la muerte para
proteger a su poseedor. Elaboró un rápido cálculo mental y sacó la conclusión de que le
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