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    EXAMINARSE DE REY
    Mira de Amezcua
    Personas que hablan en ella:

    Carlos, INFANTE

    Carlos, PRÍNCIPE

    ALBANO, viejo

    Federico, REY de Nápoles

    DOMINGO, lacayo

    MARQUÉS

    CONDE

    MARGARITA, infanta

    PORCIA, dama

    ISABEL, criada
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    ACTO PRIMERO
    Salen el PRÍNCIPE y el INFANTE, de labradores, riñendo
    con dos bastones, y DOMINGO tras ellos
    INFANTE: ¿Contra mi valor porfías?
    ¿Contra mí te pones?
    PRÍNCIPE: Sí.
    ¿Qué méritos hay en ti
    para tener mayorías?
    INFANTE: ¿No bastan mis pensamientos?
    PRÍNCIPE: ¿De eso quieres que me espante?
    ¿Hay loco que no levante
    alcázares en los vientos?
    DOMINGO: Y, ¿hay pendencias que se traben
    tan sin ocasión? ¡Por Dios!
    Que os descalabréis los dos
    de una vez; porque se caben.
    ¡Contiendas de cada día,
    caiga quien cayere aquí!
    Que para reñir a sí
    se lo reñirá mi tía.
    El uno "os haré cetrina,"
    el otro "os haré pedazos,"
    y no llegáis a los brazos
    ni oléis a la trementina.
    Sale ALBANO
    ALBANO: ¿Fin vuestra guerra no tiene
    porque castigo no os doy?
    Tened paz y amistad hoy
    que el rey de Nápoles viene
    a estos hermosos jardines
    de Caserta.
    PRÍNCIPE: ¿Qué me importa?
    Ni me admira ni reporta
    su venida.
    INFANTE: No imagines,
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    padre, que aunque soy villano
    de los campos de esa aldea
    que yo le admita ni vea.
    ALBANO: Besarle tenéis la mano.
    Salen el REY, el MARQUÉS y acompañamiento
    REY: Ésta es, Marqués, el aldea
    que tanto ver deseaba
    cuando en Alemania estaba.
    ALBANO: Su majestad, señor, sea
    bienvenido.
    REY: Amigo, Albano,
    huelgo de veros.
    ALBANO: Llegad,
    hijos, los dos y besad
    a Federico la mano.
    INFANTE: Suplícote que nos des
    la mano, invicto señor,
    pues lo merece el honor
    de haber estado a tus pies.
    PRÍNCIPE: Aunque no son labradores
    dignos de tales trofeos,
    merezcan nuestros deseos
    gozar de vuestros favores.
    REY: (Uno de éstos que a mis pies
    Aparte
    están, es Carlos, mi hijo.
    Venzo de espacio el regocijo.
    No quiero saber cuál es.
    Venga este gusto penado).
    Levantad y guárdeos Dios.
    (¿Cuál será de aquestos dos?
    Aparte
    Mi pecho está alborozado).
    Marqués, escúchame aparte.
    MARQUÉS: Ala seré del silencio.
    REY: Oye un caso que he tenido
    veinte y dos años secreto.
    Dejóme Carlos, mi padre,
    por legítimo heredero
    de este reino, que en el mundo
    es el más hermoso reino.
    Un hijo dejó bastardo,
    ya sabes que fue Manfredo,
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    tan osado y arrogante,
    tan altivo y tan soberbio,
    que intentó tiranizarme
    a Nápoles, y su intento
    se lograra si piadosos
    no me miraran los cielos.
    Un ejército ha formado
    contra mí, y en grave aprieto
    se vio la bella ciudad
    a quien llamaron los griegos
    Parténope. Muchos días
    duró el enemigo cerco
    sin razón y sin justicia,
    porque ni acción ni derecho
    pudo tener un bastardo
    tan mi contrario y opuesto
    a mis costumbres que aun hoy
    su mismo nombre aborrezco
    con ser ya muerto. Y en fin,
    sucedió que en este tiempo
    del cerco, un hijo he tenido
    tras de infinitos deseos
    que el cielo entonces cumplió.
    Pero con algún recelo
    de que si acaso perdía
    la ciudad, estaba cierto
    que peligraba su vida
    porque el ánimo violento
    de un crüel no perdonara
    su inocente y tierno pecho;
    y previniendo este daño,
    hice que el duque Fisberto
    a esta aldea le trujese
    a crïar. Y aunque el suceso
    de la guerra fue felice,
    llamó apriesa el imperio
    para coronar mi frente.
    Pasé a Alemania, y por esto
    Albano, ese labrador,
    ha crïado con secreto
    al príncipe cuyo nombre
    es Carlos como su abuelo.
    Las guerras que en Alemania
    he tenido, me impidieron
    la vuelta a Nápoles. Y hoy
    que tengo en paz y en sosiego
    el imperio, y mi enemigo
    es ya difunto, pretendo
    casar a Carlos mi hijo
    con Margarita, que el reino
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    de Sicilia ha de heredar,
    y en mi palacio la tengo
    como sobrina que es mía.
    Unos de esos dos que vemos,
    gallardos jóvenes, es
    Carlos el príncipe. Hoy puedo
    decir que nace a mis ojos
    pues es hoy cuando le veo
    la vez segunda después
    que ha dado el paso primero
    a la vida. Ésta es la causa
    porque a estos valles amenos
    de Caserta vengo alegre
    y a conocerle deseo,
    y ya muere por salir
    el reprimido contento.
    ¡No más, no más suspensión!
    Dime, Albano, ¿cuál de aquéllos
    es Carlos?
    ALBANO: Ambos lo son.
    REY: ¿Qué es lo que decís? No entiendo.
    ¿Cuál es mi hijo?
    ALBANO: No sé.
    REY: ¿Estás loco? ¿Estás sin seso?
    ¿Cuál es el príncipe Carlos
    que te dio el duque Fisberto
    para crïar disfrazado,
    encargándoos el silencio?
    ALBANO: Señor, no lo sé, ¡por Dios!
    REY: ¿Qué dices, villano?
    ALBANO: Quiero
    ser leal y no mentir
    para disculpar mis yerros.
    Cuando a Carlos me entregaron
    para que le diese el pecho
    mi mujer recién parida,
    quiso el hado que a Manfredo
    también le naciese un hijo
    que el mismo nombre le ha puesto
    de Carlos por ser de Carlos
    el rey de Nápoles nieto.
    Manfredo tuvo también,
    señor, tu mismo recelo
    y por si acaso perdía
    la batalla, al conde Arnesto,
    entregó el infante, y él
    sin darme noticia de ello,
    porque en los campos estaba,
    lo dio a mi mujer diciendo
    que el crïarlo convenía;
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