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    Andrés Amorós
    Introducción a
    Rayuela
    Esta introducción está tomada de la edición de
    Rayuela
    dirigida por Andrés Amorós para Editorial Cátedra en su colección
    Letras Hispánicas, nº 200. Madrid, 1984. ISBN 84-376-0457-5.
    ÍNDICE
    D
    Introducción a
    Rayuela
    Andrés Amorós 2
    En 1963, una novela de Julio Cortázar se incorpora a la serie de grandes obras que están
    publicando los autores hispanoamericanos. Es un libro relativamente difícil que exhibe una
    serie de técnicas renovadoras y se inscribe dentro del espíritu de la vanguardia. Sin
    embargo, obtiene una amplia resonancia, sobre todo entre los jóvenes: se lee, se discute,
    influye en muchos narradores.
    Veinte años después,
    esa obra,
    Rayuela,
    se incorpora a una colección de clásicos
    hispánicos. ¿Qué sentido tiene esto? Simplemente, consagrar la realidad de los hechos:
    Rayuela
    es, ya, un
    clásico, si sabemos entender adecuadamente este término. No es la flor
    de un día, ni el
    best seller
    ocasional que pasa, dejando sólo el reguero de un escándalo más
    o menos sincero.
    Rayuela
    es, ya, un clásico de la novela contemporánea en lengua
    española, como
    Cien años de soledad, Paradiso, La familia de Pascual Duarte, Pedro
    Páramo, La saga/fuga de J. B...
    Por su calidad, por su difusión, por su influencia, supone un
    punto de referencia inexcusable. Es un clásico
    vivo,
    que sigue suscitando reacciones de
    todo signo. A la vez, se ha incorporado de modo habitual a los cursos universitarios —¡hasta
    en las universidades españolas!— y ha dado lugar a tesis, estudios y disertaciones
    académicas sin cuento.
    Vuelvo a preguntarme: ¿para qué se incorpora
    Rayuela
    a una colección de clásicos como
    ésta? Aparte de confirmar la apertura de criterio de los que la orientan (ha publicado también
    Paradiso,
    por ejemplo, y buena parte del teatro español de
    vanguardia), creo que tiene un
    sentido muy claro: en esta colección,
    Rayuela
    puede llegar a un público muy amplio que
    todavía no la conoce. Pienso, naturalmente, en los estudiantes universitarios y de
    Bachillerato. (Felizmente, los planes de estudio españoles se van abriendo, poco a poco, a
    la literatura hispanoamericana contemporánea.) Me ha tocado hablarles muchas veces de
    esta novela. He podido comprobar que les interesaba, pero también que no pocos de ellos
    seguían encontrando dificultades para entenderla adecuadamente. Con toda sinceridad,
    creo que esta edición puede ayudarles a disfrutar más con esta novela.
    Se han publicado numerosas ediciones de
    Rayuela.
    Sin embargo, en cuanto yo sé, ésta
    es la primera vez que se edita con una amplia introducción y numerosas notas, a pie de
    página. Si siempre soy partidario de este tipo de ediciones —los sufridos lectores de Pérez
    de Ayala lo pueden decir—, su utilidad me parece muy evidente en una obra de la
    complejidad de
    Rayuela.
    Ante todo, cabe aclarar con sencillez algunas peculiaridades
    técnicas que pueden constituir un obstáculo para no pocos lectores. Además, el texto de la
    novela está plagado de referencias a lugares, personas, obras literarias, plásticas,
    musicales... Al anotar algunas de estas cosas —no todas, por supuesto—, no me guía
    ningún propósito de exhibir erudición pedante. En este caso concreto, tendría, para mí,
    menos sentido que nunca. Lo único que pretendo es ganar nuevos lectores para
    Rayuela
    y
    que éstos sean —como quiere Cortázar— lectores «activos»: que participan, se
    compenetran y contribuyen a crear la novela. Espero, simplemente, que, entendiéndola un
    poco mejor, puedan disfrutar más.
    La bibliografía sobre
    Rayuela
    y su autor es verdaderamente aterradora: sin ser gran
    especialista, he ido reuniendo, a lo largo de los años, unos cuarenta libros, además de
    artículos de revista, estudios de conjunto... Una marea de letra impresa. Si en esta
    introducción respetara los cauces habituales del trabajo académico, señalando en cada
    punto quién lo ha estudiado, qué lectura me ha influido o de cuál discrepo, las referencias
    bibliográficas serían tantas que producirían un resultado absolutamente indigesto.
    He decidido prescindir de todas. Espero que el lector de buena fe me conceda el
    beneficio de que no lo hago por ignorancia o falta de honestidad. (El lector de mala fe, si es
    que existe, no me importa lo que diga.) Disculpe el estudioso al no ver citado su nombre
    junto a una idea o interpretación que él ha sostenido. Todo lo que voy a decir lo debe de
    Introducción a
    Rayuela
    Andrés Amorós 3
    haber dicho ya alguien antes, lo sepa yo o no. Comprenda, en todo caso, que este tipo de
    edición va dirigido a un tipo de lectores para quienes esas precisiones eruditas resultarían,
    sin duda, ociosas.
    Prescindiendo por completo de la bibliografía crítica, voy a seguir constantemente, en
    cambio, al propio Cortázar. En
    Rayuela
    están contenidas —me parece— todas las claves
    necesarias para entenderla. Quisiera ofrecer una especie de
    Rayuela par elle-même.
    Más
    sencillamente: un repertorio de citas bien elegidas y ordenadas serían la mejor introducción,
    creo, a esta novela. (Poco más puede hacer el crítico, quizá, en cualquier caso.)
    Mi relación con este libro no es demasiado académica, espero. Ni siquiera soy profesor
    de literatura hispanoamericana. Sin embargo, he hablado y escrito mucho sobre
    Rayuela:
    en
    España, quizá más que nadie. La razón, además de muy simple, es, para mí, la única que
    debería contar en estos casos: simplemente, me gusta este libro. Me gustó. Me sigue
    gustando.
    Hace una veintena de años, recién salido de la Facultad de Letras madrileña —en la que
    no pasábamos de Rubén Darío—, leí con pasión a los nuevos novelistas
    hispanoamericanos. Era el momento del lanzamiento publicitario del llamado
    boom
    y yo
    también participé en ciclos de conferencias, polémicas, coloquios... Pero eso no importa
    demasiado. Lo que sí importa es que un joven se emocionaba leyendo unos libros,
    descubría con ellos nuevas formas de escribir, los unía a su vida.
    He creído siempre en eso que suele llamarse
    las afinidades electivas.
    Sin eso, no sé
    cómo puede un crítico
    decir algo,
    de verdad, sobre una obra. Hay libros que me gustan, con
    los que conecto fácilmente; otros, en cambio, nunca podré entenderlos, por mucho que
    aplique sobre ellos las técnicas de análisis literario que me han enseñado... Creo que
    entiendo
    Rayuela:
    lo que ha hecho su autor, lo que ha querido hacer, la corriente de
    humor y
    de inteligencia que corre por debajo de estas páginas. Cuando he conocido a Julio Cortázar
    —hemos charlado, nos hemos escrito— lo he confirmado.
    Por eso vuelvo, al cabo de los años, sobre esta novela: un
    trabajo no pequeño y que ni
    siquiera tiene que ver con mi dedicación académica.
    Ah, les amours d'antan...,
    canta
    Georges Brassens.
    A veces, una lectura te llega en el momento justo. (Por lo general, como tantas cosas,
    suele llegar demasiado pronto o ya tarde,
    irremediablemente.) Así me ocurrió a mí, me
    parece, con
    Rayuela
    —con Pérez de Ayala, con Virginia Woolf... El joven
    que yo era
    entonces se entusiasmó, intentó transmitir a los demás esa fiebre. Animé a mucha gente a
    leerla. Algunos me
    conocieron —y hasta se hicieron amigos míos— oyéndome hablar de
    Rayuela.
    Por eso hago ahora esta edición, recordándolos, para que hoy sean más.
    DATOS PREVIOS
    En 1963, cuando se publica
    Rayuela,
    Julio Cortázar está a punto de cumplir cincuenta
    años. Nacido en Bruselas en 1914, había vivido desde niño en Argentina
    No fue un escritor
    precoz; al menos, tardó bastante en publicar. Después de un juvenil libro de poemas,
    Presencia,
    publicado con pseudónimo, y una recreación mitológica,
    Los Reyes,
    su talento de
    narrador comienza a manifestarse en
    Bestiario,
    cuando tiene treinta y siete años. Después,
    publica libros de relatos cortos tan memorables como
    Final del juego
    (1956),
    Las armas
    secretas
    (1959) y las divertidas
    Historias de cronopios y famas
    (1962). Ha ensayado la
    novela larga con
    Los premios
    (1960).
    1
    Imitando a Cortázar diría que el lector algo enterado tiene la obligación moral de saltar la lectura de estos datos,
    necesarios, quizás, para otros lectores.
    2
    Prescindo de los datos biográficos. El lector los puede hallar en la introducción de Susana Jakfalvi a su edición de
    Las
    armas secretas,
    en esta misma colección (Madrid, 1981, 3.
    a
    ed.).
       Introducción a
    Rayuela
    Andrés Amorós 4
    La obra de Cortázar tiene poco que ver con la línea realista, castiza y telúrica que ha sido
    la tradicional —para algunos críticos, la única— en la narrativa hispanoamericana. Su
    búsqueda puede compararse a la de los demás integrantes del llamado
    boom.
    En resumen
    telegráfico:
    — Asimilación natural de las técnicas renovadoras de la novela contemporánea.
    — Profundización en las raíces del mundo hispanoamericano.
    — La fantasía creadora no se opone al realismo, sino que lo potencia.
    — Intento, como dice Carlos Fuentes, de conducir con una sola mano dos caballos: el
    estético y el político. (Y quizá son, en el fondo, un solo caballo.)
    Dentro de eso, pertenece Cortázar al ambiente narrativo rioplatense: mundo culto,
    urbano, con habitual dedicación a lo humorístico y lo fantástico. Detrás están, por ejemplo,
    Roberto Arlt y Leopoldo Marechal; y, por supuesto, Jorge Luis Borges. No es ésta la novela
    de la pampa, la sabana o la selva: es la narración de Buenos Aires, la gran metrópoli, con su
    industria editorial, sus revistas de gran prestigio y su ambiente cultural comparable al de
    cualquier ciudad europea.
    Es Cortázar un gran lector, una persona de muy amplia cultura. Nadie más lejos que él,
    en principio, del «ingenuo», del «buen salvaje». Es un narrador intelectual, con todas las
    ventajas y los inconvenientes que eso pueda suponer. Le divierten los juegos de la
    inteligencia; le apasionan las incursiones en el mundo fantástico... que es nuestro mundo, el
    de todos los días, si sabemos verlo.
    Llama la atención en los relatos de Cortázar, desde el primer libro, la sorprendente
    madurez, la perfección. Parece evidente que el narrador domina todos los recursos del
    oficio
    de escribir:
    el lenguaje, la técnica, el juego de las perspectivas, la estructura simétrica,
    «redonda»; sobre todo, la apertura al misterio, con toda naturalidad, desde una realidad
    cotidiana que todos podemos conocer.
    Años más tarde, Cortázar declarará a Luis Harss que «por ese entonces había llegado a
    la plena conciencia de la peligrosa perfección del cuentista que, alcanzando cierto nivel de
    realización, sigue así invariablemente». La quiebra en esa carrera se produce con un relato,
    El perseguidor,
    incluido en el volumen
    Las armas secretas:
    «En
    El perseguidor
    quise
    renunciar a toda invención y ponerme dentro de mi propio terreno personal, es decir,
    mirarme un poco a mí mismo. Y mirarme a mí mismo era mirar al hombre, mirar también a
    mi prójimo. Yo había mirado muy poco al género humano hasta que escribí
    El
    perseguidor»
    Con
    El perseguidor,
    Cortázar encuentra su voz definitiva. A partir de Johnny Cárter, los
    protagonistas de sus relatos serán, todos,
    perseguidores,
    buscadores de algo que dé
    sentido a nuestra vida sobre este mundo.
    Rayuela
    es la consecuencia de todo esto: un salto hacia delante. En 1951, Cortázar va a
    París, con una beca del gobierno francés. Allí se queda. Desde el año siguiente, trabaja
    como traductor en la UNESCO. Vive en su carne, ahora, la realidad del ser escindido entre
    «los dos lados»: París y Buenos Aires. Vivir en Europa puede significar el peligro del
    desarraigo, pero también la posibilidad de entender mejor la realidad hispanoamericana: sin
    provincianismos, sin árboles que tapen el bosque.
    Cerca ya de los cincuenta años —insisto—, Cortázar aborda la «gran novela»: además
    de un relato,
    Rayuela
    es un intento de entender el mundo, una interrogación hecha obra de
    arte, una ventana abierta.
    3
    Las declaraciones de Cortázar que cito están tomadas de sus libros de ensayos y entrevistas. (Véase la Bibliografía.)
      Introducción a
    Rayuela
    Andrés Amorós 5
    La escribió en París, en un par de casas: «Hubo un primer apartamento muy pequeño, en
    el séptimo distrito, donde empecé
    Rayuela
    y escribí muchos cuentos. Luego hubo lo que los
    franceses llaman
    pavillón,
    es una pequeña casa en lo alto de un viejo depósito que formó
    una casita independiente, muy linda, por cierto, en la que viví diez años. Allí terminé
    Rayuela.
    ..»
    Comenzó a redactarla por la mitad y sin un plan preciso: «lo primero que yo escribí de
    Rayuela
    fue el capítulo del tablón [el 41], sin tener la menor idea de todo lo que iba a
    escribir, antes y después».
    Escribió durante varios años, sin prisas. Salvo el final, muy rápido: «El final de
    Rayuela
    lo
    escribí todo en el manicomio, en cuarenta y ocho horas, realmente en un estado (...) casi de
    alucinación (...). Yo me acuerdo que mi mujer venía y me tocaba en el hombro y me decía
    "ven a comer", o me alcanzaba un sandwich. Ya comía y seguía escribiendo; no, no podía
    separarme del libro hasta que lo terminé.»
    En otra ocasión añade más datos: «No se imagina en qué estado escribí yo ese diálogo
    [el final de Traveler y Horacio]. Ese, la muerte de Rocamadour, el concierto de Berthe
    Trépat, los capítulos patéticos del libro (...). Yo había perdido completamente la noción del
    tiempo (...). Ahí sí se puede hablar de posesión, esa cosa maravillosa que tiene la literatura.
    Yo estaba totalmente dominado: era Oliveira, era Traveler y era los dos al mismo tiempo. Ir a
    comer, tomarme una sopa eran actividades "literarias", artificiales; lo otro, la literatura, era lo
    verdadero.»
    ¿Qué historia cuenta
    Rayuela?
    En la primera parte, «Del lado de allá» (París), Horacio
    Oliveira vive con la Maga y rodeado de amigos que forman el Club. Muere Rocamadour, el
    hijo de la Maga, y Horacio, después de varias crisis, se separa de ella. En la segunda parte,
    «Del lado de acá», Horacio ha vuelto a Buenos Aires: vive con su antigua novia, Gekrepten,
    que le esperó; en realidad, se pasa la vida con sus amigos Traveler y Talita, trabaja con
    ellos en un circo, primero, y luego en un manicomio. En Talita cree ver de nuevo a la Maga y
    eso le conduce a otra crisis.
    Este sería, más o menos, el telegrama. A eso hay que añadir una tercera parte, «De otros
    lados», que agrupa materiales heterogéneos: complementos de la historia anterior, recortes
    de periódico, citas de libros y textos autocríticos atribuidos a Morelli, un viejo escritor al que
    Horacio visita después de un accidente de tráfico.
    Aunque no sea una novela psicológica, existen en
    Rayuela
    personajes bien dibujados;
    sobre todo uno, la Maga, que ha fascinado a muchísimos lectores. Como tantos personajes
    de novelas clásicas —o menos clásicas— posee un fundamento real: «la Maga existió sin
    ser exactamente como en el libro. Hay una modificación de su estructura en el libro. Pero
    fundamentalmente la mujer que dio el personaje de la Maga tuvo mucha importancia en mi
    vida personal, en mis primeros años en París. Era como ella, no es ninguna creación ideal,
    no, en absoluto».
    No cuenta
    Rayuela
    una anécdota ajena a su autor; el libro es, también, una aventura
    personal, una búsqueda autobiográfica: «si yo no hubiera escrito
    Rayuela,
    probablemente
    me habría tirado al Sena».
    No se asuste el lector si ha oído alguna vez que
    Rayuela
    es una novela filosófica o
    metafísica, muy complicada. Piense, simplemente, que es una historia de amor y humor. Así
    me gustaría definirla —si hubiera que entrar en ese peligroso juego—: amores apasionados,
    separaciones dolorosísimas, bromas y chistes que le harán soltar la carcajada...
    Después de ésta, Cortázar ha publicado algunas novelas:
    62. Modelo para armar
    (1968),
    Libro de Manuel
    (1973). Desde hace años, participa activamente en campañas a favor de
    los pueblos hispanoamericanos y sólo le queda tiempo para escribir cuentos. Si no me
    equivoco, siente nostalgia de otra gran novela —sus lectores, también. En todo caso, sólo
    una vez en la vida, quizá, se logra ir saltando, casilla a casilla, y empujar la piedrecita desde
    la tierra hasta el cielo.
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